Todos los 22 de julio se celebra el Día Mundial del Cerebro, una fecha que, a primera vista, podría parecer simplemente una efeméride más.
Pero cuando uno se detiene a pensar en lo que realmente implica, se da cuenta de que estamos hablando del órgano más complejo y, probablemente, el más subestimado del cuerpo humano.
Yo lo descubrí de una forma muy directa: como periodista especializado en salud, me ha tocado cubrir este día varias veces, y cada año siento que es como abrir la puerta a una dimensión distinta del conocimiento humano.
Recuerdo la primera vez que escribí sobre el tema, entrevisté a un neurólogo que me dijo con una convicción impactante que el cerebro es el “director de orquesta” del cuerpo humano.
Y tenía razón. Todo lo que somos, sentimos y decidimos pasa por ahí.
Pero... ¿realmente le damos la importancia que merece?
- Qué se conmemora el Día Mundial del Cerebro
- Por qué este día importa más de lo que creés
- El cerebro también se cuida: hábitos que hacen la diferencia
- Testimonios que no se olvidan: la cara humana de las enfermedades neurológicas
- ¿Por qué no hablamos más del cerebro durante el resto del año?
- El futuro de la neurociencia: misterios por resolver
- Cuidar el cerebro es cuidarnos a nosotros mismos
Qué se conmemora el Día Mundial del Cerebro
Este día fue establecido por la Federación Mundial de Neurología para concienciar sobre la salud cerebral y las enfermedades neurológicas que afectan a millones de personas en todo el mundo.
Cada año se elige un tema central: desde el envejecimiento saludable hasta la prevención del ictus o la importancia de la salud mental.
Es, en esencia, una invitación a detenernos un segundo y pensar en nuestra cabeza.
No solo en sentido figurado: en el cerebro como ese órgano que hace posible que recordemos, que sintamos alegría, miedo o amor, que creemos, que resolvamos problemas o que simplemente... podamos leer esto.

Por qué este día importa más de lo que creés
Hay una realidad que se repite en todas las coberturas que hice sobre este día: cada año aumentan las estadísticas de enfermedades neurológicas.
Alzheimer, Parkinson, epilepsia, ictus…
No son enfermedades del futuro, son de ahora.
Y nos afectan a todos, directa o indirectamente.
Me marcó una frase de ese neurólogo que entrevisté hace años:
“Hoy vivimos más, pero no necesariamente mejor”.
Ese contraste entre longevidad y calidad de vida se hace más evidente cuando hablamos del cerebro.
Una persona puede vivir hasta los 90, pero si no conserva su función cognitiva, pierde gran parte de lo que lo hace ser quien es.
El cerebro también se cuida: hábitos que hacen la diferencia
Uno de los puntos más destacados cada 22 de julio es promover hábitos saludables para proteger la salud cerebral.
Y no, no se trata de soluciones mágicas.
Se trata de cosas simples que, si se hacen con constancia, pueden prevenir o retrasar el deterioro cognitivo.
Algunas recomendaciones clave que se repiten año tras año:
- Dormir bien: el descanso profundo favorece la limpieza del cerebro de toxinas.
- Ejercicio físico regular: caminar, bailar, correr... cualquier movimiento mejora la oxigenación del cerebro.
- Estimulación cognitiva: leer, aprender algo nuevo, jugar ajedrez, resolver sudokus, etc.
- Buena alimentación: sobre todo rica en antioxidantes y omega 3.
- Controlar el estrés: el gran enemigo silencioso.
En uno de los artículos que escribí sobre esto, investigué a fondo el impacto del estrés crónico en el cerebro.
Descubrí que puede dañar directamente las conexiones neuronales.
Fue tan fuerte lo que leí que terminé intentando practicar mindfulness.
Confieso que no siempre soy constante, pero al menos entendí la importancia de parar un poco la máquina.
Testimonios que no se olvidan: la cara humana de las enfermedades neurológicas
Uno de los aspectos que más me moviliza al cubrir esta fecha es la posibilidad de hablar con personas reales que viven con alguna condición neurológica.
Una vez conocí a una joven con epilepsia que me contó lo difícil que era hacer vida normal sin que la gente la mire con miedo.
También hablé con un hombre mayor que, después de un ictus, empezó a pintar como terapia.
Su historia fue tan potente que me costó no emocionarme.

El Día Mundial del Cerebro no debería ser solo una jornada para lanzar estadísticas, sino una excusa para humanizar la ciencia.
Para entender que detrás de cada neurona afectada hay una historia, una familia, un proceso de adaptación.
¿Por qué no hablamos más del cerebro durante el resto del año?
Parece una ironía que el órgano que usamos para tomar decisiones, crear arte, aprender idiomas o enamorarnos... apenas tenga protagonismo fuera de fechas especiales.
Es verdad: hablamos más del corazón, de los pulmones, incluso del intestino.
Pero el cerebro sigue siendo ese gran desconocido, incluso para muchos profesionales.
Cada 22 de julio, cuando me siento a preparar mis notas, siento una mezcla rara de fascinación y responsabilidad.
Fascinación porque, aunque he escrito mil veces sobre el tema, el cerebro nunca deja de sorprenderme.
Y responsabilidad, porque sé que mi tarea es tratar de traducir conceptos científicos complejos en historias que le lleguen a la gente, que les hagan decir “¡ah, ahora entiendo!”.

El futuro de la neurociencia: misterios por resolver
Pese a los enormes avances en medicina, la neurociencia sigue teniendo más preguntas que respuestas.
¿Cómo se almacenan exactamente los recuerdos?
¿Se puede regenerar completamente una zona del cerebro dañada?
¿Qué ocurre realmente en una mente con Alzheimer avanzado?
Los expertos coinciden: estamos solo rascando la superficie.
Y es precisamente eso lo que hace que el Día Mundial del Cerebro sea tan necesario.
Porque visibiliza la necesidad de seguir investigando, seguir apoyando la ciencia y, sobre todo, seguir cuidando nuestro órgano más esencial.
Cuidar el cerebro es cuidarnos a nosotros mismos
El Día Mundial del Cerebro es una excusa ideal para mirar hacia adentro.
Para hacernos preguntas incómodas pero necesarias: ¿estoy durmiendo bien? ¿Me tomo tiempo para relajarme? ¿Qué estoy haciendo por mi salud mental?
A veces nos obsesionamos con cuidar el cuerpo por fuera, pero olvidamos el motor que lo hace todo posible.
Cada año, cubrir este tema me recuerda por qué elegí esta profesión.
Es un recordatorio de que cuidar el cerebro no es solo cuestión médica, sino también emocional, social y cultural.
Que necesitamos más educación sobre salud mental, más recursos para prevención y, sobre todo, más espacios para hablar de lo que pasa en nuestra cabeza sin tabúes.
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